martes, 1 de marzo de 2022

Caracoles con pintitas




Recientemente, prestigiosos científicos de la Flowers University, han dado a conocer el resultado de su investigación acerca de los extraños caracoles con pintas de colores hallados en las inmediaciones del predio que ocupa dicha casa de altos estudios.

Se trata, como casi todo en este mundo, de un caso de selección natural, perfectamente encuadrable en la teoría darwiniana” afirmó una estudiante avanzada de la carrera de Biología urbana. Y agregó: “Partimos de la hipótesis de que el primero de los moluscos en presentar esta anomalía debe haberse coloreado accidentalmente, quizás víctima de un pintor que no reparó en su presencia. Suponemos que las pintitas en su caparazón deben haber amedrentado a sus depredadores, tanto aves para las que los colores brillantes pueden resultar sinónimo de peligro como humanos que, como bien sabemos, son menos afectos a matar cosas de colores. Fíjese si no en la suerte despareja de mariposas y polillas. Evidentemente, la pintura ha penetrado a través de la concha permeable provocando la mutación genética y dando lugar a una camada de moluscos con pintitas que ha demostrado ser más exitosa que sus congéneres marrones a la hora de la evolución. Según la conclusión de nuestro estudio, esto explicaría la preeminencia de esta nueva variedad en los patios y jardines de la zona.”


Sin embargo, circulan por el barrio otras teorías como la de “los refutadores de la ciencia”, que atribuyen el fenómeno a cierta venganza del Angel gris que ha reencarnado en uno multicolor más acorde con los tiempos que corren y anda pintando caracoles por el barrio.


Otros hablan también de cierta vecina aficionada a la jardinería, que comenzó un pormenorizado estudio acerca de las trayectorias de estos moluscos en su terraza a fin de ubicar las macetas fuera del alcance de sus rutas. Al verse los gastrópodos privados de alimento, comenzaron a migrar hacia otras terrazas y, en un avance lento pero seguro, ya se han reportado avistajes de caracoles con pintitas en otros barrios de la ciudad...

❤️


jueves, 29 de julio de 2021

“Ninguna historia comienza con una ensalada”

 



La sentencia fue lanzada por el conductor de un programa radial y rápidamente encendió la polémica entre vegetas y carnívoros.

La frecuencia modulada, como canal de comunicación, si bien obsoleta, era bastante más independiente del servicio de energía eléctrica e internet. Estos últimos, brillaban por su ausencia esa tarde en mi domicilio y así fue que decidí desempolvar la vieja Noblex amarilla y revolver el cajón de los inclasificables donde, afortunadamente, encontré tres pilas medianas aún cargadas. 

Girar la perilla lateral de encendido hasta el clic y luego manipular la de volumen y la del dial hicieron sonreír en mí a la victoriosa exponente de la generación X, una de las últimas que aún posee conocimientos analógicos. Sintonicé -casi un arcaísmo- el dial de la FM que últimamente escuchaba a través de la app o, simplemente, seguía por el canal de You tube. Agradecí mi manía de acumular tecnología vetusta, le hice fuck you a las empresas proveedoras de luz y wi fi, subí la antena del ‘dispositivo” y me senté cerca de la ventana, donde no había interferencias y además entraba la luz del sol. Los carnívoros les estaban dando una paliza discursiva a los vegetas argumentando la falta de glamour de los platos no cárnicos.

Pensé en cocinar algo para la cena, aprovechando las horas de luz natural que aún quedaban. Quién sabe cuándo se restablecería el suministro. Cuando me dirigía entusiasmada a la cocina, recordé que hacía una semana que me habían cortado el gas por una pérdida en el edificio y dependía, para cocinar, de la anafe eléctrica que me había prestado un amigo y a la que aún no me acostumbraba.

Decidí reorganizarme haciendo una lista mental de las cosas que debía hacer con cierta urgencia y, taché todas aquellas para las que necesitaba luz, gas o wi fi. Dudé cuando llegué a la tarea para el taller literario que consistía en escribir una historia. Miré alrededor y mi resabio analógico determinó que contaba con todo lo necesario. Condimenté la bandeja de ensalada que había comprado por la mañana en el chino, busqué un cuaderno y una lapicera y me senté al lado de la ventana, donde las musas pudieran verme.

Cuando terminé, me acerqué al teléfono de línea con gesto ganador y llamé a la radio para darle un giro definitivo a la polémica. Salí al aire y se hizo la luz.


lunes, 14 de junio de 2021

LA GUARDIANA DE LOS OLIVOS

 

Durante más de veinticinco años fui “la fulana de Bernardo”. Pero, desde ese mediodía accidentado, pude haberme convertido en “la guardiana de los olivos, de Tacuarí”.

Jueves otoñal. Salgo con el plan trazado de dejar dos bolsas (una de ropa y otra de sábanas y toallas) en el Laverrap de Brasil. Aprovecho la cercanía o la excusa del lavadero para haberme alejado del hogar (seguimos en pandemia) y hago una cuadra más hasta el vivero que está llegando a Chacabuco. Cerrado. Pego la vuelta resignada pensando en qué le voy a decir a mi planta de curry cuyas ramas han comenzado a curvarse y a la que vengo prometiéndole un nuevo hogar. Aún no se me ocurre. Cruzando Tacuarí por la vereda del sol, algo me llama la atención de la vereda de la sombra: el local de vidriera polvorienta que, desde que tengo memoria, se proclamaba florería ─ léase: armamos coronas funerarias y otros adornos de flores muertas acordes con la opacidad de nuestras vidrieras─ ha modificado su estética sacando plantas a la calle , vistiendo con cintas de colores el fresno de la vereda y, por sobre todas las cosas, desempolvando sus vidrios Decido cruzar. Tal vez vendan macetas y hasta tierra. Contemplo la vidriera tratando de interpretar la mutación del negocio mientras alguien que supongo la vendedora o dueña, entra y sale portando macetas con pequeños olivos que deposita en la vereda junto al fresno. No parece reparar en mi presencia. Cuando me siento lo suficientemente ignorada como para empezar a dudar de mi existencia, rompo el silencio:

─ Disculpa, ¿vendés macetas?

─ Sí, claro, pasá ─ me dice mientras se para dubitativa en la puerta del local – No sé si dejar los árboles acá solos en la vereda. Me da miedo que pase alguien y se los robe. ¡Están tan lindos! ─ agrega.

─ Los podrías atar al árbol – le sugiero mientras, finalmente se corre de la puerta, me deja entrar y me guía hacia un salón anexo donde me muestra una macetas hermosas. No tardo en decidirme y veo que, además, vende tierra así que: misión cumplida. No veo la hora de llegar a casa con la sorpresa , abrir la puerta del patio y guiñarle un ojo a mi curry con lo prometido en mano. Pero eso no va a ocurrir, al menos, no por el momento.

Volvemos al salón principal para concretar el negocio. Estoy desistiendo de la bolsa que me ofrece mientras hago lugar en la que ya tengo y busco el monedero con motivos mediterráneos para pagar. Una vecina se asoma por la puerta del local entreabierta:

─ Disculpá, ¿el sedán de la puerta es tuyo? Porque te acaban de robar una mochila del baúl.

Duda, confusión, transacción interrumpida. Sale, observa. Efectivamente ha dejado abierto el baúl del auto porque se distrajo con la clienta ─o sea, yo ─ y la mochila ya no está.

─ Se fue para allá ─ agrega la vecina, señalando en dirección a Garay ─ Mi compañero lo corrió.

Más dudas. La vendedora mira el auto abierto, las llaves que tiene en la mano, mi maceta y mi tierra que no son estrictamente mías porque aún no pagué. Cierra el local con mi compra adentro, observa los tres olivos de la vereda y recuerda el temor al robo de los árboles que ya a estas alturas es como una profecía autocumplida que le erró por unos metros y se desplazó al baúl convertida en mochila. A veces la profecías copian el mecanismo de los sueños o viceversa en cuyo caso estamos ante los dichosos “sueños proféticos” pero ese es otro cuento.

─ ¿Me cuidás los árboles? ¡Ya vengo!

─ Siento que no tengo chance de negarme. Mi compra ha quedado atrapada del otro lado de la vidriera y esa pobre mujer que apuesta a reabrir un local en plena pandemia acaba de ser víctima de la inseguridad. Todo eso sin mencionar que, si me niego, tengo muchas chances de transformarme en la sospechosa número uno de ser cómplice de un robo.

─ Sí, claro. Andá tranquila. Yo te espero.

Sube al auto. Creo oír un “gracias”. Arranca haciendo chirriar las ruedas hacia no sé dónde ni a qué.


Ahora viene la parte de “Elige tu propia aventura” donde imagino todos los finales posibles mientras espero.


OPCIÓN 1


Después de varias horas, la mujer da con la policía que acaba de reducir al malhechor. Les relata lo ocurrido y caen sobre mí sospechas de complicidad. Al regresar, yo ya no estoy ni tampoco los árboles porque, transcurridas las dos horas, decidí que no podía permanecer ahí y volví, con ellos a mi casa. Para cuando logran dar con mi paradero y emitir la orden de allanamiento, todas las pruebas están en mi contra y el malhechor solo asiente, considerando que la acusación de complicidad morigerará la pena. Termino condenada pero como no poseo antecedentes, accedo a una probation que me obliga a mantener la higiene de la cuadra de la florería durante un año. Lo bueno: veo crecer a los olivos que, luego de confiscados de mi propiedad, son devueltos a la florista y establecemos con ellos una relación entrañable que me permite tramitar mejor el duelo por mi curry que, finalmente, pereció, en el transcurso de mi proceso judicial durante el cual permanecí bajo prisión preventiva sin poder cuidarlo.


OPCIÓN 2

La mujer nunca regresa por motivos que se desconocen y yo nunca me muevo de mi sitio. Me han encomendado una misión y voy a cumplirla cueste lo que cueste. Al principio, la gente comenta extrañada. Con el paso de los días, comienzan a acercarse y les cuento la historia. No sé si dudan de mi salud mental pero está claro que no les inspiro miedo sino más bien, ternura. Comienzan a organizarse para traerme alimentos y ropa de abrigo para las noches de invierno en las que sueño con mi curry muerto y reencarnado en olivo. Como tantas otras personas del barrio en situación de calle, paso a formar parte del paisaje sentada bajo el fresno y rodeada de tres pequeños olivos.


OPCIÓN 3


Transcurrido poco más de media hora, sigo firme al lado de los árboles. La mujer regresa acompañada por un móvil policial y su mochila. El responsable del robo es detenido en la esquina y yo salvo mi buen nombre y honor habiendo cumplido con la misión. Pago mi compra y regreso a casa feliz con la sensación del deber cumplido: con la vendedora, con los olivos y con mi curry.

Esto último es lo que efectivamente sucedió en la realidad, junto con la anécdota inicial. Todo lo demás, ocurrió en mi cabeza durante los treinta minutos de espera pero no podía dejarlo ahí, solo, al igual que no pude dejar a los olivos. Lo deposito acá, bajo la celosa custodia de posibles lector@s que espero sean tan fieles custodios como yo lo he sido.



sábado, 5 de junio de 2021

Nueve microrrelatos

     En la fase ya no sé cuál de la Emergencia sanitaria y con el retorno del encierro, cuya primera etapa se anunciaba de nueve días, viajé a  Escriturna donde no rigen las restricciones porque no es tiempo ni lugar.  Sólo el plano donde las palabras y yo nos encontramos y pasan cosas...


Reciclaje

    Es la hora en que el agua se puebla de niños. Un bandada de patos decapitados sobrevuela el balneario. De pronto, todas las cabezas de hule apuntan al cielo acogotadas por bracitos con piel de gallina y manos de dedos rugosos. La bandada se lanza en vuelo rasante a buscar lo que le pertenece. Después de un instante de confusión y salpicaduras, los patos remontan vuelo, ahora sí, completos, con sus cabezas de hule y sus niños corceles, directo hacia el Olimpo de un planeta que se está por inventar.



Feedback

    Media mañana, feriado, mayo, estufa, palmas, nalgas y el resto de ese cuerpo que me pertenece y mira la tele desde un rincón cálido del living cuyo ventanal mira al patio. En medio de una entrevista, el conductor repara en el sonido de los pájaros. Le pregunta a la entrevistada. La respuesta es: “de acá no son”. Se saca los auriculares por un momento, comprueba y afirma: “de acá tampoco”. Sin moverme de la estufa, empujo la puerta corrediza del ventanal que mira al patio y compruebo: son de acá.

Cicatriz

    Mi rodilla izquierda se tomó cincuenta años para decidirse a disputarle el protagonismo a la derecha. Creo que solo la osteopenia de la cabeza del fémur izquierdo logró envalentonarla o, al menos, darle letra. Si hasta me convenció de llevarla al traumatólogo en plena pandemia. El tipo exigió pruebas y para ello, prescribió imágenes de lo más íntimas que revelaron lo impensable. El problema, si es que lo había, estaba en la derecha, la de la cicatriz. Hacía 45 años que la rodilla derecha exhibía su herida de guerra: casi diez centímetros de piel acordonaba por donde había pasado un clavo. La damnificada o sea, yo, relataba con orgullo. “Me la hice en pre escolar, jugando al ‘Lobo está?’ Corrí a esconderme en la salita de 5 y, cuando pasé por una caja de juguetes, me raspé. Me salió sangre y la portera me llevó al baño, me desinfectó y me puso una curita. Después llegué a casa y cuando mi mamá me sacó la curita para bañarme, casi que se veían los azulejos a través de la ranura de mi rodilla”.

    Continué llevando la cicatriz con el mismo estoicismo del primer momento y hasta me encariñé y la exhibí siempre con estoicismo.

    Recientemente, la rodilla izquierda, harta de ese favoritismo, ha decidido rebelarse. El traumatólogo, sin embargo, se ha negado a colaborar. Pero la zurda no está dispuesta a rendirse y ya conoce la fórmula del éxito: ¡Atención, clavos!


Batalla elemental


    Cuando ni siquiera el pronóstico lo anunciaba, se desató la batalla entre elementales. Fue en el medio de la noche; solo faltó el fuego. Desde mi cama, desvelada, pude oír la violencia de sus armas debatiéndose, los gritos heridos sacudiendo mis ventanas e inundando el patio.
    Por la mañana, cuando el último de los contendientes dejó de derramar su furia desde el cielo, salí a recorrer el campo de batalla. En la vereda de enfrente, yacía el cadáver de un jacarandá tendido en el piso. Me avergonzó la crueldad de los míos . La obscena imagen de sus raíces desgarradas de la tierra me interpeló al punto de desviar la vista. Esta vez, había ganado el aire.


Paranoid eyes?


    Salí de bañarme y, mientras me secaba, me senté frente a la pantalla de la compu a ver un vivo de Instagram, cierto debate sobre arte y revolución en tiempos de pandemia del que participaba un conocido. Hacía calor. Estaba sola en casa y no esperaba a nadie, sin embargo, no pude permanecer desnuda frente a la pantalla. Me cubrí con lo primero que encontré cerca, un piloto que había quedado colgado en la silla de la compu y que había usado hacía un par de días. Me sentía observada. Qué absurdo! No había feedback visual posible en un vivo. Sin embargo, la nueva normalidad nos había acostumbrado las pantallas como ventanas por donde nos asomábamos y permitíamos entrar al mundo. Me sorprendió encontrar a un ex en el chat en vivo. No me sorprendió tanto su pregunta por el chat privado: “¿Todavía llueve por ahí?”



Musas en loop


    Como me prometí escribir durante, al menos nueve días seguidos y hoy todavía no me asaltó ninguna idea, voy a robarle un rato a las musas de su letargo con el viejo truco de las palabras que hay que unir. Siempre caen en esa trampa. Son bastante ingenuas. Para no perder tiempo apoyo el dedo en el monitor de la compu, sobre cinco palabras, una de cada uno de los textos anteriores: hule, contendientes, palmas, imágenes, piloto. Las repito, mentalmente tratando de recordarlas mientras cierro lo ojos frente al documento en blanco esperando que empiecen a tejerse. Estudié Neurociencias y ya sé cómo funciona el truco. El cerebro no soporta el sinsentido, entonces, lo crea.

    Abro los ojos sin ninguna idea aún. Ahí está el documento pero ya no está en blanco. Dice:


    Escritora:

                    hule, contendientes, palmas, imágenes, piloto

                                                                                        Las musas

PD: Póngase a escribir en serio.


Me dispongo a escribir la historia, como me prometí...


Abandonada por las musas

    “Muy despejado” dice el pronóstico anclado a la barra de tareas. Igual que mi cabeza repecto de las ideas, pienso en un acto metacreativo que poco tiene de meta y mucho menos de creativo. “¡Meta, recurso trillado, meta, repetirse, que a la final, no se le cae una idea, m’mija!” Me dice una voz que no sé de dónde viene aunque presiento que se trata de mi superyo crítico. La que me faltaba. Encima de que no se me ocurre una puta idea, tengo que escuchar al facho ese que se esconde en alguna parte de mi psiquis.

    Decido hacer uso de los conocimientos que acabo de adquirir en mi curso de magia vodoo y lo dibujo al muy hijo de la mierda. Ni bien termino, recorto la figurita y le clavo nueve alfileres en puntos vitales de su ser de papel. No contenta con eso, enciendo una vela y me deleito viéndolo retorcerse en la llama mientras trato de vislumbrar en las figuras del humo alguna idea que me asista.

    Abro la canilla para que el agua se lleve los restos de las cenizas de mi super yo y, ahora sí, me siento a escribir:


    “Había una vez...


Veintiséis tortugas


    Y seguro que eran más porque, las conté al pasar, así no más, mientras iba a la verdulería por mi tomate, mi lechuga y mi limón. Qué hacían ahí en la vereda de la avenida? Vaya a saber! Lo cierto es que ahí estaban, todas con el cogote en alto, como erectas, cabeceando al sol en distintas direcciones, impávidas, casi petrificadas, firmes como un nuevo ejército patrón de la vereda.

    Los transeúntes de las primeras horas de la mañana, las esquivaban con una mezcla de sorpresa e indignación. Algunos, hasta con cierto asco, bajaban a la calle. Con las horas, no tardaron en comenzar los accidentes. Primero fue una moto que frenó de golpe para no atropellar a uno de los asqueados y fue arrollada por el 17 que venía atrás que quedó, a su vez, medio atravesado en la calle por la frenada provocando un colapso de tránsito automovilístico que dio lugar, en breve a tres colisiones más. Los quelonios, por su parte, seguían inconmovibles a pesar de los tropezones de los curiosos que se los llevaban por delante por mirar el caos en la avenida.

    Para cuando salí del la verdulería, ya había llegado el SAME, la policía, los bomberos y otras fuerzas pero ninguna dotación de fauna o medio ambiente para ocuparse de los animales.

    Como había salido sin el celular, decidí volver a casa para buscar el número de alguna emergencia ambiental y llamar. Me distrajo la página del oráculo que había quedado abierta en el buscador la noche anterior y que hablaba de los simbolismos. Antes de seguir con la búsqueda del número, busqué “tortuga”


    Si preguntaste por qué no puedes mantener un amor, quizá tu mente psíquica está diciendo que has estado actuando como una tortuga: aburrido, lento, siempre refugiándote del mundo.”


    La afirmación se refería a una tortuga y yo acababa de contar veinticinco, algo que, interpreté, multiplicaba, por la misma cifra, la sentencia. Rápidamente comprendí todo y estallé de risa. Corrí hasta la vereda pero ya no estaban. Volví con la amarga sensación de haber perdido una gran oportunidad, la de unirme a otras veinticinco tortugas.


Strangers in the night


    Disfruto mucho de la soledad y el silencio de la casa. Especialmente, de noche, cuando el resto de la familia se va a dormir. Me gusta pasearme por la cocina a oscuras y buscar a tientas algún resto de la cena, comer tranquila en las sombras sin que nadie me moleste. Aunque a veces ocurran accidentes, como este que acabo de protagonizar ─ ¿fui yo? ─rompiendo el delgado equilibrio de una pila de algo que acaba de desmoronarse sobre la mesada haciendo un ruido infernal que, seguramente despertará a toda la familia.

    Enciendo la luz y ahí está. La miro aterrorizada.

    Disfruto mucha de la soledad y el silencio de la casa. Especialmente, de noche, cuando el resto de la familia se va a dormir. Me gusta pasearme por la cocina a oscuras y buscar a tientas algún resto de la cena, comer tranquila en las sombras sin que nadie me moleste. Aunque a veces ocurran accidentes, como este que acabo de protagonizar ─ ¿fui yo? ─rompiendo el delgado equilibrio de una pila de algo que acaba de desmoronarse sobre la mesada haciendo un ruido infernal que, seguramente despertará a toda la familia.

    Mejor esconderme. Es tarde. Ya está esta acá. Acaba de encender la luz y me mira aterrorizada.


domingo, 16 de mayo de 2021

Ni rastros

 


Llegué a media mañana porque me imaginé que se habrían acostado tarde. Yo le había ofrecido a la señora quedarme en la fiesta para ayudarla. A  la final, era mi casa también después de tantos años trabajando ahí. Ella no quiso, nunca quería. Me parece que le daba vergüenza porque a veces pasaba cada cosa en esas fiestas. La señora tenía algunos amigos que eran bravos. No era la primera vez que limpiando, después de las reuniones,  encontraba cosas raras. Esas colillas de cigarrillo sin filtro que me dijeron que son de droga, unos tubitos que no sé que son pero seguro que también los usan para algo de eso. En fin. Igual yo sé que la señora no se drogaba. El marido puede ser pero ella no. A ella lo que le gustó siempre fue tomar. Y para las fiestas se agarraba unas mamúas que ni te cuento. Y el marido se ponía como loco porque a ella le encantaba bailar.  Cuando se entonaba, se le daba por perrearle a los amigos y él, que siempre fue celoso, le armaba unos escándalos bárbaros. Ya de novio la celaba por todo. A mí, él mucho nunca me quiso. Se enojaba conmigo porque decía que yo siempre la defendía a ella. Es que una como mujer sabe cómo son esas cosas. Está bien que se vestía un poco provocativa pero con ese lomazo que tenía y con lo jovencita que era. Si no lo hacía ahora, cuándo lo iba a hacer. Pero eso no quería decir nada.

         A la mañana, cuando entré, me llamó la atención que el auto del señor no estaba en la en garaje pero pensé que capaz lo habría estacionado afuera para tener  más lugar para la joda. Resultó que no. El garaje estaba casi impecable. El living, en cambio, era un desastre. Botellas volcadas, manchas de vino en las paredes, pedazos de comida pisoteados, vasos con restos de tragos y colillas flotando. Eso era siempre lo que más asco me daba porque dejaba un olor… ¡Pero mirá que hay que ser cochino! También había muchos vidrios, y hasta manchas de sangre en pileta de la cocina. Se ve que alguno que quiso juntarlos se cortó. Qué va a hacer. La falta de costumbre. Si estos que vienen a estas reuniones no saben ni de qué lado se agarra la escoba.

 Más que fiesta parecía que había habido una batalla campal en la casa. Yo igual en un par de horitas, tenía todo impecable. Ni rastros de la joda. Podría haber terminado antes pero no quería hacer ruido porque me imaginé que la señora seguía durmiendo. Pobre, ahora que lo pienso…

         Cuando terminé de ordenar todo abajo, subí la escalera despacito, no fuera cosa que la despertara. Estaba segura de que también habrían usado el baño de arriba y no quería dejar nada sin limpiar.  Cuando iba subiendo, me llamó la atención la ropa tirada por la escalera, hasta había un bombacha con sangre.

- Seguro que a la señora le vino y con la borrachera se olvidó de cambiarse. La voy despertar, por las dudas - pensé y abrí la puerta del cuarto despacito.

 

Después no me acuerdo más. Cuando me desperté, ya estaba acá en el hospital. Dicen que me debo haber desmayado. Yo todavía no puedo creer lo que pasó. No puedo creer que a la señora la hayan matado. Está bien que los amigos eran bravos pero nunca pensé que fueran capaces de algo así. Y el señor que no aparece. ¡Qué disgusto se a llevar cuando se entere!

Tampoco entiendo qué hace ese policía en la puerta, ni por qué estoy atada a la cama.



 

Metamorfosis varias


El regreso a la ciudad, después de una escapada a la naturaleza, conlleva siempre un duelo por el horizonte perdido y un estremecimiento ante el caos reencontrado. El cemento volviendo a deslizarse bajo los pies sin crujidos de hojas. El silencio esquivo, El perpetuo ronroneo de de motores con maullidos de bocinas. Las nubes geométricas entre los edificios con estampado de líneas caprichosas.

Y ahí estás, otra vez, descargándote la app que te restablece al oficio de transeúnte urbano, recuperando el estado de alarma ante el filo del cordón, ese acantilado del que no se puede saltar así no más porque más allá está el reino de los bólidos metálicos y humeantes. Y ese humo que no es de asado, ni de fogón, ni de pasto quemándose. Ese atardecer que solo se reconoce por el reloj. Dormirse con la tele en vez de los grillos. Volver a despertar con la alarma y esperar vanamente los pájaros. Asomarse a la ventana y que no esté la sierra sino el cartel; que no huela a verde musgo sino a gris acero.

Para cuando la ropa vuelva del lavadero, ya se habrán extinguido hasta los últimos restos de polvo de ese paraíso perdido que, durante unos días, supiste degustar.

Pero, ¡alto!, que en medio de la tarea de guardar la rompa limpia, algo del otro mundo que parecía perdido irrumpe. Un zoquete artero que me pincha los dedos cuando remato el último doblez antes de arrojarlo a su cajón. Desando cuidadosamente el movimiento de enrollar y ahí está: polizón de otros mundos, aferrado a mi media, aquerenciado a punto tal que ni las mareas del lavarropas lograron convencerlo de desistir. Algo despeinado, aunque erguido aún en todo su ser: ese abrojo.

Y es como el recuerdo condensado que, de golpe, te restablece al orden de la naturaleza, a la textura, el color y el olor de las sierras. Yo le sonrió y, con cuidado de no lastimarlo, lo libero del zoquete que lo trajo hasta acá. Se resiste un poco; la media, también. Algo de cada uno de los dos queda en el otro a pesar de la meticulosa cirugía. Los observo y pienso que son como la metáfora de la experiencia viajera. Así como los viajes te transforman, también nosotros transformamos otras cosas y a otros seres en nuestros viajes.

Después de dejar la media con su compañera sin pinches, le hago al abrojo un huequito con la mano y lo acuno como alojando la belleza condensada de otra geografía, de otro tiempo. Con la otra mano, le toco despacito la piel de puercoespín. Lo beso con ternura. Me pincha, sangro. No sé si es que es arisco o que ya se está arrepintiendo de haber venido a la ciudad.

Decido dejarlo descansar hasta que se adapte. Tengo que encontrarle un buen lugar. Ese cenicero de cuando fumaba y que ahora está de adorno le va a gustar.

Unos días después, cuando ya la ciudad me va devorando de nuevo y el espejo me devuelve mi versión en blanco y negro, me acuerdo del polizón y voy a buscarlo, como quien cree en la magia, en los amuletos…

No está. ¿Cómo puede ser? Estoy segura de haberlo dejado ahí. Nadie más estuvo en casa. De repente, miro al gato que se eriza cuando me ve hurgando en el cenicero. Igual que el zoquete, ahora él tampoco es el mismo.

sábado, 15 de mayo de 2021

 REBELIÓN EN LA BIBLIOTECA 

De lo que puede suceder cuando los personajes de la ficción se independizan de sus creadores y sus coordenadas, saltan de los libros y ahora vas a ver...

De las aventuras del ingenioso detective

     Con la indemnización que había cobrado cuando cerró la fábrica donde trabajaba, decidió que era tiempo de apostar a su vocación y dejar volar sus sueños y así fue que se lanzó con el microemprendimiento de la agencia propia de investigaciones. Nadie daba dos pesos por la iniciativa pero él estaba convencido de que las parvas de literatura policial que había consumido a lo largo de su vida y que desbordaban los estantes de su biblioteca de algo le iban servir.    

    A poco de montada la empresa, comenzaron los problemas. Se acababa de decretar la cuarentena por el Coronavirus lo cual no parecía ofrecer la mejor coyuntura para un detective que se andaba iniciando en el rubro. 

    Pero nada iba a amedrentar su entusiasmo. A falta de locales abiertos donde abastecerse de las herramientas necesarias para su trabajo, decidió hurgar en el galpón que había sido de su abuelo y allí encontró una vieja pipa algo enmohecida y una lupa con el mango oxidado. Lo suyo siempre había sido el policial clásico —Auguste Dupin y Sherlock Holmes eran sus ídolos indiscutibles— así que consideró que aquellos objetos le serían suficientes para encarar su empresa. Les sacó una foto y armó el Instagram “Don Lupo Investigaciones” promocionando sus servicios. 

    A falta de clientes que los solicitaran, comenzó a actuar de oficio en la investigación de delitos que él creía descubrir luego de navegar horas y horas por las redes con actitud detectivesca. La práctica, rápidamente, le trajo problemas ya que comenzó a recibir desde amenazas hasta denuncias por falsas imputaciones de ilícitos varios, producto de su mente algo alterada por ciertas tendencias paranoicas torneadas por el consumo excesivo de literatura policial

    Al poco tiempo sumó a su empresa a un conocido al que la cuarentena había dejado sin trabajo ni hogar. Un tal Sánchez, tipo cauto y moderado que, si bien no daba demasiado crédito a las conjeturas de su empleador, aceptó su rol de “Watson” bajo la promesa de un puesto importante en “Don Lupo Investigaciones” para cuando la empresa diera el batacazo. 

    Infructuosamente, Sánchez trataba de explicarle a Alonso devenido en Don Lupo —como se hacía llamar— que, en los mensajes hot del chat entre X e Y, la frase “cuando te agarre te mato, bebé” no podía leerse como una amenaza de infanticidio sino que tenía un contenido metafórico de carácter sexual. Otro tanto sucedió con las investigaciones iniciadas a partir del seguimiento de las letras de cierto rappero famoso en el cual Don Lupo insistía en ver a un peligroso descuartizador en potencia por eso de  “…te parto al medio…” que repetía en cierto estribillo de una canción. Las denuncias y amenazas seguían sucediéndose. Y hasta ocurrió un día, en medio de la cuarentena, que Don Lupo acudió a la puerta de calle a recibir un delivery de empanadas y se encontró con un gancho directo a la mandíbula que le propinó el repartidor, el mismo al que él había acusado de narcotraficante tras semanas de seguir sus movimientos a través de una aplicación que su empleado había conseguido hackear. 

    Tampoco quiso entrar en razón, cuando Sánchez le advirtió que esa chica dulce con la que Alonso había tenido un match en cierto sitio de Internet y de la que se mostraba absolutamente enamorado, no era lo que parecía. Para Sánchez era evidente que detrás de toda esa capa de maquillaje se escondía la sombra de un bigote pero no había forma de que su jefe entrara en razón.

    Cierto día, cuando la cuarentena parecía estar cerca del fin, Don Lupo amaneció con fiebre y otros síntomas que alertaron a Sánchez. Los hisoparon a ambos pero sólo Don Lupo dio covid positivo y permaneció aislado en su cuarto durante días rodeado de todos sus amados libros. Sánchez, que no tenía a dónde ir y que además se mostraba inmune al virus, permaneció con él hasta el último día en que, repentinamente empeoró. No hubo tiempo de internarlo. Murió en cuestión de horas no sin antes disculparse con Sánchez, darle la razón sobre todo lo acontecido y legarle su biblioteca y su microemprendimiento. Eso sí, le pidió que le cambiara el nombre de “Don Lupo” por el de “Investigaciones Alonso”.