En la fase ya no sé cuál de la Emergencia sanitaria y con el retorno del encierro, cuya primera etapa se anunciaba de nueve días, viajé a Escriturna donde no rigen las restricciones porque no es tiempo ni lugar. Sólo el plano donde las palabras y yo nos encontramos y pasan cosas...
Reciclaje
Es
la hora en que el agua se puebla de niños. Un bandada de patos
decapitados sobrevuela el balneario. De pronto, todas las cabezas de
hule apuntan al cielo acogotadas por bracitos con piel de gallina y
manos de dedos rugosos. La bandada se lanza en vuelo rasante a buscar
lo que le pertenece. Después de un instante de confusión y
salpicaduras, los patos remontan vuelo, ahora sí, completos, con sus
cabezas de hule y sus niños corceles, directo hacia el Olimpo de un
planeta que se está por inventar.
Feedback
Media mañana,
feriado, mayo, estufa, palmas, nalgas y el resto de ese cuerpo que me
pertenece y mira la tele desde un rincón cálido del living cuyo
ventanal mira al patio. En medio de una entrevista, el conductor
repara en el sonido de los pájaros. Le pregunta a la entrevistada.
La respuesta es: “de acá no son”. Se saca los auriculares por un
momento, comprueba y afirma: “de acá tampoco”. Sin moverme de la
estufa, empujo la puerta corrediza del ventanal que mira al patio y
compruebo: son de acá.
Cicatriz
Mi rodilla
izquierda se tomó cincuenta años para decidirse a disputarle el
protagonismo a la derecha. Creo que solo la osteopenia de la cabeza
del fémur izquierdo logró envalentonarla o, al menos, darle letra.
Si hasta me convenció de llevarla al traumatólogo en plena
pandemia. El tipo exigió pruebas y para ello, prescribió imágenes
de lo más íntimas que revelaron lo impensable. El problema, si es
que lo había, estaba en la derecha, la de la cicatriz. Hacía 45
años que la rodilla derecha exhibía su herida de guerra: casi diez
centímetros de piel acordonaba por donde había pasado un clavo. La
damnificada o sea, yo, relataba con orgullo. “Me la hice en pre
escolar, jugando al ‘Lobo está?’ Corrí a esconderme en la
salita de 5 y, cuando pasé por una caja de juguetes, me raspé. Me
salió sangre y la portera me llevó al baño,
me desinfectó y me puso una curita. Después llegué a casa y cuando
mi mamá me sacó la curita para bañarme, casi que se veían los
azulejos a través de la ranura de mi rodilla”.
Continué
llevando la cicatriz con el mismo estoicismo del
primer momento y hasta me encariñé y la exhibí siempre con
estoicismo.
Recientemente,
la rodilla izquierda, harta
de ese favoritismo, ha decidido rebelarse. El traumatólogo, sin
embargo, se ha negado a
colaborar. Pero
la zurda
no está dispuesta a rendirse y
ya conoce la fórmula del éxito:
¡Atención, clavos!
Batalla elemental
Cuando ni siquiera el pronóstico lo anunciaba, se desató la batalla entre elementales. Fue en el medio de la noche; solo faltó el fuego. Desde mi cama, desvelada, pude oír la violencia de sus armas debatiéndose, los gritos heridos sacudiendo mis ventanas e inundando el patio.
Por la mañana, cuando el último de los contendientes dejó de derramar su furia desde el cielo, salí a recorrer el campo de batalla. En la vereda de enfrente, yacía el cadáver de un jacarandá tendido en el piso. Me avergonzó la crueldad de los míos . La obscena imagen de sus raíces desgarradas de la tierra me interpeló al punto de desviar la vista. Esta vez, había ganado el aire.
Paranoid
eyes?
Salí
de bañarme y, mientras me secaba, me senté frente a la pantalla de
la compu a ver un vivo de Instagram, cierto debate sobre arte y
revolución en tiempos de pandemia del que participaba un conocido.
Hacía calor. Estaba sola en casa y no esperaba a nadie, sin embargo,
no pude permanecer desnuda frente a la pantalla. Me
cubrí con lo primero que encontré cerca, un piloto que había
quedado colgado en la silla de la compu y que había usado hacía un
par de días. Me sentía
observada. Qué absurdo! No había feedback
visual posible en un vivo. Sin
embargo, la nueva normalidad nos había acostumbrado las pantallas
como ventanas por donde nos asomábamos y permitíamos entrar al
mundo. Me sorprendió
encontrar a un ex en el chat en vivo. No me sorprendió tanto su
pregunta por el chat privado: “¿Todavía
llueve por ahí?”
Musas
en loop
Como
me prometí escribir durante, al menos nueve días seguidos y hoy todavía
no me asaltó ninguna idea, voy a robarle un rato a las musas de su
letargo con el viejo truco de las palabras que hay que unir. Siempre
caen en esa trampa. Son bastante ingenuas. Para no perder tiempo
apoyo el dedo en el monitor de la compu, sobre cinco palabras, una de
cada uno de los textos anteriores: hule,
contendientes, palmas, imágenes, piloto.
Las repito, mentalmente tratando de recordarlas mientras cierro lo
ojos frente al documento en blanco esperando que empiecen a tejerse.
Estudié Neurociencias y ya sé cómo funciona el truco. El cerebro
no soporta el sinsentido, entonces, lo crea.
Abro los ojos sin ninguna idea aún. Ahí está el documento pero ya
no está en blanco. Dice:
Escritora:
hule, contendientes, palmas,
imágenes, piloto
Las musas
PD: Póngase a escribir en serio.
Me dispongo a escribir la historia, como me prometí...
Abandonada por las musas
“Muy despejado” dice el pronóstico anclado a la barra de tareas.
Igual que mi cabeza repecto de las ideas, pienso en un acto
metacreativo que poco tiene de meta y mucho menos de creativo.
“¡Meta, recurso trillado, meta, repetirse, que a la final, no se
le cae una idea, m’mija!” Me dice una voz que no sé de dónde
viene aunque presiento que se trata de mi superyo crítico. La que me
faltaba. Encima de que no se me ocurre una puta idea, tengo que
escuchar al facho ese que se esconde en alguna parte de mi psiquis.
Decido hacer uso de los conocimientos que acabo de adquirir en mi
curso de magia vodoo y lo dibujo al muy hijo de la mierda. Ni
bien termino, recorto la figurita y le clavo nueve alfileres en
puntos vitales de su ser de papel. No contenta con eso, enciendo una
vela y me deleito viéndolo retorcerse en la llama mientras trato de
vislumbrar en las figuras del humo alguna idea que me asista.
Abro la canilla para que el agua se lleve los restos de las cenizas
de mi super yo y, ahora sí, me siento a escribir:
“Había una vez...
Veintiséis
tortugas
Y seguro que eran más porque, las conté al pasar, así no más,
mientras iba a la verdulería por mi tomate, mi lechuga y mi limón.
Qué hacían ahí en la vereda de la avenida? Vaya a saber! Lo cierto
es que ahí estaban, todas con el cogote en alto, como erectas,
cabeceando al sol en distintas direcciones, impávidas, casi
petrificadas, firmes como un nuevo ejército patrón de la vereda.
Los transeúntes de las primeras horas de la mañana, las
esquivaban con una mezcla de sorpresa e indignación. Algunos, hasta
con cierto asco, bajaban a la calle. Con las horas, no tardaron en
comenzar los accidentes. Primero fue una moto que frenó de golpe
para no atropellar a uno de los asqueados y fue arrollada por el 17
que venía atrás que quedó, a su vez, medio atravesado en la
calle por la frenada provocando un colapso de tránsito
automovilístico que dio lugar, en breve a tres colisiones más. Los
quelonios, por su parte, seguían inconmovibles a pesar de los
tropezones de los curiosos que se los llevaban por delante por mirar
el caos en la avenida.
Para cuando salí del la verdulería, ya había llegado el SAME, la
policía, los bomberos y otras fuerzas pero ninguna dotación de
fauna o medio ambiente para ocuparse de los animales.
Como había salido sin el celular, decidí volver a casa para buscar
el número de alguna emergencia ambiental y llamar. Me distrajo la
página del oráculo que había quedado abierta en el buscador la
noche anterior y que hablaba de los simbolismos. Antes de seguir con
la búsqueda del número, busqué “tortuga”
“Si
preguntaste por qué no puedes mantener un amor, quizá tu mente
psíquica está diciendo que has estado actuando como una tortuga:
aburrido, lento, siempre refugiándote del mundo.”
La
afirmación se refería a una tortuga y yo acababa de contar
veinticinco, algo que, interpreté, multiplicaba, por la misma cifra,
la sentencia. Rápidamente comprendí todo y estallé de risa. Corrí
hasta la vereda pero ya no estaban. Volví con la amarga sensación
de haber perdido una gran
oportunidad, la de unirme
a otras
veinticinco tortugas.
Strangers
in the night
Disfruto mucho de la soledad y el silencio de la casa.
Especialmente, de noche, cuando el resto de la familia se va a
dormir. Me gusta pasearme por la cocina a oscuras y buscar a tientas
algún resto de la cena, comer tranquila en las sombras sin que nadie
me moleste. Aunque a veces ocurran accidentes, como este que acabo de
protagonizar ─ ¿fui yo? ─rompiendo el delgado equilibrio de
una pila de algo que acaba de desmoronarse sobre la mesada haciendo
un ruido infernal que, seguramente despertará a toda la familia.
Enciendo la luz y ahí está. La miro aterrorizada.
Disfruto mucha de la soledad y el silencio de la casa.
Especialmente, de noche, cuando el resto de la familia se va a
dormir. Me gusta pasearme por la cocina a oscuras y buscar a tientas
algún resto de la cena, comer tranquila en las sombras sin que nadie
me moleste. Aunque a veces ocurran accidentes, como este que acabo de
protagonizar ─ ¿fui yo? ─rompiendo el delgado equilibrio de
una pila de algo que acaba de desmoronarse sobre la mesada haciendo
un ruido infernal que, seguramente despertará a toda la familia.
Mejor esconderme. Es tarde. Ya está esta acá. Acaba de encender la
luz y me mira aterrorizada.